Dueño de una potente voz y con un arrollador despliegue de energía sobre el escenario, el talentoso músico fusionó técnicas de rock y ópera que originaron un estilo con sello propio.
El 24 de noviembre de 1991, pocas horas después de revelar públicamente que padecía Sida -un secreto a voces para entonces-, moría a los 45 años en su casa de Londres Freddie Mercury, el artista que como cara visible de Queen corrió todos los límites musicales y visuales dentro del rock, a partir de la incorporación de elementos propios de la ópera y de la puesta en escena de toda una serie de simbolismos reconocibles en la subcultura gay de la época.
Dueño de una potente voz y con un arrollador despliegue de energía sobre el escenario, Mercury puso en funcionamiento una teatralidad que, por un lado evitó enrolarse dentro de la movida glam imperante en la primera parte de los `70, pero a la vez se apoyó en ese concepto de ambigüedad para postular un nuevo modelo de frontman.
En tal sentido, este artista acercó a las masas el canto lírico, lo que le valió la aceptación musical de sectores de escasa cultura rockera y operística, a riesgo de ser acusado por la crítica especializada de un excesivo manierismo y de un forzado barroquismo.
Pero también lanzó algunos guiños a la comunidad gay, como el hecho de nombrar a la banda con el apelativo con que se llamaban los individuos en ese ámbito, el uso de ropa de cuero y tachas tan comunes en los clandestinos bares en donde se reunía este colectivo o el grueso bigote tan icónico en este submundo.
Acaso la decisión de mantener ocultas sus preferencias sexuales y el distanciamiento de los cánones tradicionales del canto lírico jugaron en contra de Mercury, quien paradójicamente mostró un nuevo mundo para neófitos pero recibió duros cuestionamientos de sectores empapados en estas cuestiones.
La cantante lírica Analía Cobas, conocedora de la rigidez con que se encaran los estilos musicales en el ámbito académico, no dudó en definir a Mercury como “un provocador” por correr esos límites.
“Yo estudié en el conservatorio Manuel de Falla y cuando entrás ahí, todo lo que no tiene que ver con la ópera es mala palabra. Hay una cosa de cuidado de un prestigio, como que no se puede tocar con otros géneros. Freddie rompió con esos bordes”, explicó la intérprete.
Y añadió: “Lo lindo es que tomó la ópera y la metió en un espacio que permitió que llegara a gente que no tenía ni idea de qué era eso, que siempre pensó que era música para un elite a la que no podía acceder”.
Aunque no era dueño de una técnica ortodoxa ni contaba con una formación académica, Cobas remarcó que poseía “un talento natural” para abordar tonadas líricas, y que esa libertad precisamente fue lo que le permitió fusionar estilos.
“En la ópera no hay espacio para el juego. Hay una orquesta que necesita la nota donde tiene que estar, otras compañeros que también tienen que acomodarse. Yo creo que él podría haber sido un cantante de conservatorio y hacer una carrera lírica, pero su necesidad iba por otro lado. Mercury cantaba con el alma, lo que se pudo haber criticado en un primer momento, pero vino a hacer este aporte. Eso es muy desafiante”, subrayó.
Algo similar ocurrió con sus simbolismos gay, debido a que si bien llegó a escena muchos elementos de esa cultura, por diversos motivos solo al momento de su muerte logró una identificación de los sectores más activistas.
“Creo que Freddie Mercury, con ‘The Show Must Go On’ y su imagen expresando que se le terminaba la vida, nos pegó a quienes todos los días despedíamos a algún amigo a causa del Sida”, apuntó el periodista, escritor y activista Alejandro Modarelli, quien destacó “que se debió esperar a su muerte para que se convierta en un espejo identitario”.
Fuente: Agencia Télam